Graciela Borthwick o el arte como itinerancia

Se inauguró “Antológica 1970-2010” en el Museo Eduardo Sí­vori

Por Alberto Giudici

En el año 2010, Graciela Borthwick llevó a dos museos de Santa Fe, su provincia natal, una muestra antológica que reunía su producción entre 1968-2008. La exhibición en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, de Santa Fe, primero, y luego en el Museo Urbano Poggi, de Rafaela, significó no solo un recorrido itinerante que ahora llega al Museo Sívori, sino un regreso a las fuentes que nutrieron la obra de Graciela Borthwick que aun en la distancia y en el exilio, siguió dialogando con la naturaleza que la acompañó en su despertar al Arte.

Volver a las fuentes, regresar a los orígenes, es un viaje de doble mano: replegarse en la memoria que dibujó un destino para avanzar en el presente y aventurar otras instancias creadoras.

Graciela Borthwick lo explícita muy bien cuando señala que “el recorrido de la muestra antológica es nómade”, abierto a lo inesperado, a la exploración de nuevas vivencias que se van acumulando dentro de la artista, cuando carga y descarga el bagaje de sus obras, que es su propia biografía y también su propia geografía. Muchas voces se enhebran en ese nomadismo creador.

Son voces de una genealogía que da identidad a lo que puede llamarse con absoluta propiedad la Escuela del Litoral. Una cultura ribereña, en la que el Paraná es la gran arteria que guía el curso de sus aguas y de sus artistas hacia el inmenso manto del Plata, para conformar una cultura rioplatense, de genuina raíz americana. Una genealogía que se abre en abanico y que conduce desde los pequeños loritos en arcilla de los aborígenes mocobíes a Leónidas Gambartes, a Ricardo Supisiche y, al mismo tiempo, a Joaquín Torres García y la Escuela del Sur. Señala Beatriz Vignoli, que éste horizonte común encontró en el Universalismo Constructivo de Torres García “el fundamento de una tendencia que tanto en Rosario como en Santa Fe supo combinar los lenguajes plásticos formalistas del modernismo con un contenido regional que no se conformaba con una expresión naturalista”. Es lo que la propia investigadora denominó con gran acierto “imágenes de una modernidad periférica”.

Esta caracterización calza perfectamente al momento de intentar definir la vasta producción de Graciela Borthwick. Como rizomas que se expanden y se entrecruzan con una portentosa carga lúdica, su obra remite una y otra vez a la naturaleza y a los mitos litoraleños. En ellos puede encontrarse la matriz primigenia que da sentido último a esa labor, pero no se detiene ahí: otras ráfagas, otros sincretismos estéticos y culturales, amasan la desbordante imaginería de esta artista que vive reinventándose a sí misma.

“Los materiales me llaman”, dice. Los materiales son más que el soporte de una obra: son el alma que les da su sustancia. Ya sea en sus cerámicas escultóricas como en la fuerza totémica de sus maderas se percibe una fuerza arcaica, americana, para un tiempo sin edades.

Hay otro tipo de esculturas, que denomina “blandas”. Pequeñas obras en papel, recortadas, rellenadas con algodón (de ahí la cualidad de “blandura”) y abrochadas en las que las siluetas del recorte, algunas zoomorfas, y la traza de los crayones, les da un sello lúdico.

Y ahora, la itinerancia con su propia obra, que es un viaje al interior de ella misma, dio origen a un par de series, la de los Hilos y del Capín incorporadas por primera vez en esta antológica.

Se trata, nuevamente de esculturas blandas, con hilos, papeles. “El capín, relata, es un césped, una tierra, algo por donde se camina. Es un espacio dónde se transita y se mira. Ese espacio tiene ondulaciones y color. Es un gran territorio que cubre el espacio y el tiempo, y por eso lo muestro”. Por momentos, la tela es como un aleteo florido en un campo multicolor y en otros como si fueran vistas aéreas de sinuosos sembradíos sobre la tierra negra.

En la serie de los Hilos, por el contrario, el sentido constructivo aflora con toda potencia. El cordel espeso de áspera fibra colocado sobre el soporte delimita formas globulares, compactas, trazando espacios nítidos, de colores planos, vibrantes, cargados de intensidad.

Una vez más, en estas series, las voces de la tierra dialogan con todos los colores del río. Es, en este estadio, en estas salas, un alto en el camino. Luego, reiniciará su marcha para cumplir su destino nómade.

  • Graciela Borthwick, “Antológica 1970-2010”.
  • Curador: Alberto Giudici.
  • Museo Eduardo Sí­vori, Av. Infanta Isabel 555, frente al puente del Rosedal.
  • Mar-Vie 12-20, Sáb, Dom y feriados 10-20 hs.
  • Entrada $ 1, Mié y Sáb gratis.
  • 21.05.-20.06.

Un comentario sobre “Graciela Borthwick o el arte como itinerancia”

  1. marta dice:

    graciela….nos conocemos hace como 25 años, por allá en la manzana de las luces en un taller acerca de la creatividad, cpomo hago para que me recuerdes??’ es imposible en este apenas lugar que ni sé si llegará a vos, hay tanta cosa en el medio!!! si te digo que hago batik….tal vez, me parece que lo mejor es que te escriba ya que vivo lejos, por eso el correo que tengo dice la selva, pero no es misiones es aqui, punta indio nomás. Ahora releyendo ésto que escribo quise decir que te escribiré a la dirección de carlos calvo, ya que no voy a poder llegarme a tu muestra en el sívori…aún conservo ese genial catálogo de la muestra de cerámicas allá por los años 90, en una bruta galeria de la calle callao…ché, cómo me gustaria verte! te mando un trapo teñido como diciendo chau. marta.


Escriba un comentario